La psicoterapia es el recurso al que acudimos cuando nos encontramos ante sufrimiento psíquico que se mantiene en el tiempo o una dificultad que no conseguimos afrontar, de manera que buscamos ayuda. También puede llevarnos a terapia cierta sensación de insatisfacción y el deseo de tener una vida más plena desarrollando todo nuestro potencial. Se trata de un espacio de confianza, confidencialidad y seguridad en el que hacer un viaje de autoconocimiento en compañía del/de la terapeuta con el fin de aliviar este malestar y lograr vivir con mayor plenitud, apertura y bienestar.
La base de mi forma de enfocar la terapia está en la psicoterapia humanista y, dentro de ella, en la terapia Gestalt. La psicoterapia humanista nos proporciona una mirada holística, cuyo punto de partida es la idea de que todas las personas tenemos una tendencia natural a la salud, entendiendo la salud como un proceso de recuperación de la capacidad creadora. Por tanto, concibo a la persona de manera global, cuerpo, mente y emociones conforman una totalidad que no podemos separar. Desde un enfoque experiencial, buscaremos reestablecer la coherencia entre el mundo de los pensamientos, las conductas y acciones que llevamos a cabo y las emociones y sentimientos. Por ello, en la terapia nos centraremos en lo que hay, en lugar de en lo que debería haber, trayendo la atención al presente. Es desde el presente y la aceptación de lo que hay en él desde donde podremos mirar al pasado para comprenderlo o al futuro para saber qué deseamos para nuestra vida.
Para ello, la psicoterapia trata de acompañar a la persona que acude a terapia a tomar conciencia de aquello que le ocurre, devolviendo la responsabilidad de la propia experiencia y sus decisiones, es decir, la capacidad de hacer algo con aquello de lo que nos damos cuenta. De esta manera, el proceso terapéutico se centra en la integración, a través de estas dos herramientas, la conciencia y la responsabilidad, lo que nos llevará al cambio de una forma natural. Recuperamos la capacidad de agencia, de sentirnos dueños/as de nuestra propia vida, disminuyendo los patrones repetitivos y automáticos.
Al mismo tiempo, incorporamos una mirada sistémica, puesto que no podemos olvidar que no vivimos aislados/as, sino que estamos inmersos/as en un ambiente, en un contexto relacional. Para comprender la historia de cada persona necesitamos entender también el campo en el que está y cómo son las relaciones dentro de él.